Palabras
Por Carlos Balaguer
Domingo, 27 de Enero de 2008
Eran los fríos muros de la vida que repetían el eco del mundo, el grito y la voz, el trueno y la tormenta, el susurro del viento y las bocinas callejeras, como lejanos cantos de ballenas. Por las noches las murallas coreaban el ladrar de los perros errantes y las voces perdidas de los urbanitas. Yo les escuchaba desde mi ventana en mis horas de soledad. En el estruendo meridiano de la multitud o en las noches cuando el mundo se iba y sólo quedaban unos pocos y errabundos seres humanos en las calles… En los espacios del silencio cuando la vida queda sola, como un reino mudo y grandioso. Escuchaba la voz de los tapiales, que decían con su voz resonante la incomprendida verdad del mundo.
De tanto oír la voz de los muros, aprendí su lenguaje. Y empecé a escuchar sus confesiones. Nadie entendería aquello. A veces ante las altas murallas, grité mi nombre y mi denuncia, cuando las calles solas me dejaron hablar. Les pedí a las tapias que callaran de una vez. Que ya sabía la historia del mundo de sus propios labios. Un día hasta les maldije. Al otro día les pedí perdón, diciéndoles que les amaba un poco, pues éramos hermanos al fin en aquel mundo estrepitoso y solo. Así mi sombra se quedó pegada a los muros.
De tanto oír la voz de los muros, aprendí su lenguaje. Y empecé a escuchar sus confesiones. Nadie entendería aquello. A veces ante las altas murallas, grité mi nombre y mi denuncia, cuando las calles solas me dejaron hablar. Les pedí a las tapias que callaran de una vez. Que ya sabía la historia del mundo de sus propios labios. Un día hasta les maldije. Al otro día les pedí perdón, diciéndoles que les amaba un poco, pues éramos hermanos al fin en aquel mundo estrepitoso y solo. Así mi sombra se quedó pegada a los muros.
pd. Pix by Hugotepic.
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