Y desde lejos, vi el lejano rosal que había vuelto a florecer.
Como si el tiempo perdido de una inmensa ilusión pudiera volver a renacer esplendorosamente en la nostalgia. O en la misma añoranza del huerto lejano del amor.
Después apareció a lo lejos una mujer, también lejana, regando los setos florecidos. Era ella, la bella abandonada. Acaricié el aire para acariciarla a ella desde lejos. Y quedé detenido detrás del aire, sin poder atravesar el leve umbral de aquella mágica visión.
Al ver en la distancia al renacido rosal y a la mujer tal vez me dije, como el poeta de la 5ª. Avenida: "Tan cerca de los ojos pero tan lejos de mis manos". Entonces comprendí que era inútil desandar el ayer y atravesar la invisible frontera del adiós.
Después di la vuelta y seguí el mañana. Tal vez vendrá otro sol de mariposas, me dije en mis adentros. Tal vez vuelva a florecer de nuevo el amor con algún amanecer que llegue.
Besé sus manos blancas por cuidar aquel jardín lejano. Estoy seguro que sus rosas nunca morirán. Aunque el viejo muro se cubra de líquenes y olvido. Un día asomará por las tapias nuevamente el asta triunfal de la última flor.
Publicada 2 de junio de 2006, El Diario de Hoy |
Carlos Balaguer El Diario de Hoy editorial@ elsalvador.com |
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